Los libros peor vendidos

Juan Cruz

Mira que te lo tengo dicho (blog de Juan Cruz en El País)

Madrid

http://blogs.elpais.com/juan_cruz/2010/06/los-libros-peor-vendidos.html

Uno de los grandes aciertos de la Feria del Libro de Madrid fue, hace años, la cancelación de una idea que se probó nefasta: las listas de los libros más vendidos. Editores y libreros competían, a veces, para falsificar los datos, y convirtieron lo que hubiera sido una lista más en una lucha sin cuartel para colocar en ella, inflando cifras, a sus autores mejor colocados, hasta hacerlos líderes de ventas. Eso ya no existe, y es saludable. Un grupo de jóvenes editores pusieron en marcha el año pasado una iniciativa irónica, pero que tiene su calado y además es posible que mueva a reflexión a los libreros de este país y a los gestores del sistema bibliotecario. Estos editores se han expuesto al público mostrando los que son sus propios libros peor vendidos.

Son libros excelentes, cómo no, o muy bien editados o muy bien traducidos, y se venden mal, o no se venden en las cantidades que serían satisfactorias para que ellos recuperen los gastos (los numerosos gastos) que hay detrás de cada proyecto editorial. Estuve ayer tarde en la reunión en la que estos editores (Nvesky Prospects, Escalera, Artemisa, Salto de Página) se juntaron para exponer esos libros cuyas ventas no han sido las mejores en el último año, en los casos concretos de sus propias editoriales. Los libros son, respectivamente, Historias de Belkin, de Alexander Pushkin; Una vida menos ordinaria, de Baby Halder; Gaspard de la Nuit, de Aloysius Bertrand, y Chamamé, de Leonardo Oyola. De todos esos autores, el único contemporáneo (de 1973) es Oyola, que en su país, Argentina, tiene mucho éxito, y probablemente lo tendrá aquí, porque es un excelente escritor y porque además tiene buenos editores. El resto son autores del pasado.

Les pregunté a los editores qué hubiera pasado si todos los que llevaban a esta reunión fueran autores vivos. Claro, para los escritores no es fácil asumir sus cantidades, ni para los editores supone una satisfacción reconocer esas cifras. Estos editores al menos han tenido la valentía de salir a la calle de la feria a contar la experiencia de editar y tirar, que no es en absoluto placentera. Ahora hay un sistema de medición casi automática de la venta de libros, e imagino qué sucedería en el negocio y entre los autores del negocio si estas cifras se pusieran de manifiesto.

Aparte de competiciones, lo que es importante de esta iniciativa es que expone ante la gente la meritoria labor de editores, sobre todo jóvenes, capaces de arrostrar todo tipo de dificultades, en épocas del monocultivo editorial de los grandes éxitos, y de publicar libros que en otros tiempos o en otros países serían asumidos en seguida por las librerías de fondo o por el sistema bibliotecario. Y no sólo pone de manifiesto esa contradicción que hay entre el entusiasmo y los resultados, sino que resalta el sentido del humor (y de la realidad) de editores cuya franqueza contrasta con la reserva de otros que tampoco venden pero que van por la feria y por la vida como si ellos fueron el pico de los best sellers. Por cierto, a estos libros menos vendidos los llaman Worstsellers. Les dije que eso parecía una marca de salchichas. Y les sugerí que los llamaran los peor vendidos, que es la traducción literal y que se entiende mucho mejor. Por cierto, cómprenlos, desmientan que sean los peor vendidos.